domingo, 21 de junio de 2009

CCLXII: Canciones de amor

¿Qué está pasando con las canciones de amor que cada vez me suenan más ajenas, tan distantes? Pareciera haberse perdido ya toda consecuencia armónica arpegiada y menor, de esas que encierran a los sentidos en un recuerdo sin retorno. Todas esas canciones tristes, esos versos nostálgicos de llanto y vuelta a historias finitas, esos rechazos indefectibles y filosos como la hoja de la afeitadora que tan poco frecuento, parecen haberse esfumado repentinamente. Exijo esas miserias me sean cantadas nuevamente junto al más dulce bandoneón, y que acompañe así al exilio a mi oxidado corazón. Clamo misericordia divina, para que esas palabras se inyecten en mis venas, devolviéndome así la sangre de sentirse vivo, al menos una vez más. Porque es ahí, en la chance, donde reside la esperanza. En la más mínima posibilidad de que nos den vuelta la cara durante el resto de nuestras vidas, es donde duerme el anhelo de saberse libre. Y es esa grieta donde se vuelca una gota de ilusión a cada lágrima, la que cicatrizó hace ya un tiempo ausente y ensordeció desde entonces hasta el amargo sonido de la brisa que agolpa las espigas del nunca jamás.

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