miércoles, 10 de junio de 2009
CCLVIII: Sin despedidas
¿Hace falta estar solo una vez más? ¿Y otra? ¿Cuántas veces se aventurará a repiquetear sobre mi espalda el tortuoso látigo de los pasos caminados? Amanecer de una Alberdi entre la bruma, viendo rostros divinos, adolescentes, con el delineador corrido por las lágrimas derramadas. Y así sólo reafirman la creencia de que crecer es perder. Cuanto más perdemos más crecemos y cuanto más crecemos más perdemos. Es una ecuación absoluta, real, miserable. Pútrida, asquerosa y maquiavélica. ¿Quién quiere crecer perdiendo? La señora de negro que cruza la calle a paso firme, casi militar, me regala una mirada de congoja. Un sórdido perdón por ser humana como el alba. Y esas oscuras lágrimas, hoy recorren las nervaduras incipientes de una hojita maltratada por el otoño. La hojarasca alfombra un asfalto ensangrentado por un desdén inexpugnable. Y en historias que se entrelazan entre un pasado simple y un pasado perfecto, recuerdo cada ocasión en que la despedida quedó entorpecida. Aprendiendo así, quizás, a no decir adiós. Aprendiendo a dar media vuelta, suspirar, y partir hacia el nunca jamás.
Publicado por
Mauro Fernández
a las
12:34
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