cantando una purga desencantada.
Alzando al cielo mi saña más venerada,
un susrpiro, una mirada.
Es letargo inconducente aquel adiós,
una y mil veces, siempre adiós;
la ignominia de ser firme vencido,
por ser digno, por amor.
Y en su llanto, ya tan mío,
sin palabras ni razón;
hoy no hay cuentos sin un tiempo de descuento,
sin su risa, sin perdón, sin pasión.
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