domingo, 24 de julio de 2011

DCXXXIII | La Fiesta de la Democracia (1)

Desde hoy, y en dos sucesivas entradas que tendrán lugar antes del ballotage del domingo 31, me gustaría compartir con ustedes algunas reflexiones acerca de lo que representó la última votación porteña en un contexto global social y político que hace al debilitamiento de las instituciones y a lo que un colega e histórico militante social por la igualdad y la justicia, ha llamado déficit democrático. Esta entrada consta de tres capítulos:

1.- El panorama global
2.- Buenos Aires: dos caras de una misma moneda
3.- El déficit democrático y la importancia de la participación

El artículo es mi humilde concepción de la interrelación de las estructuras supranacionales y extra-políticas, esencialmente abogando por el prevalecer y la perpetuidad de un modelo socio-económico que es el verdadero gobierno del mundo superada la Segunda Guerra Mundial, y cómo esto se relaciona con la ilusión de democracia, y la necesidad de la participación ciudadana en los procesos políticos.

Los dejo con la primera parte, y quedo a la espera de sus comentarios.

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El panorama global

Las palabras que siguen no tienen ánimo de ofender ninguna moral ni conciencia, ya que comprendo plenamente a quien descubra en la voz que le fue prohibida, el aroma a la victoria de la libertad o, incluso, a la revancha de la negación. La legitimidad del voto es inexpugnable, es el medio prima facie de todo sistema que pretenda erigirse desde un cimiento ciudadano, popular y pluralista. Podemos entender la democracia como el sistema primero de todo orden civilizado de delegación y representatividad en el cual los hombres hacen voto sus clamores e ideales. Ese acto es digno merecedor de la celebración popular y del orgullo individual de ser parte de ese andamiaje tan exquisito que es la política partidaria que sintetiza en una voz, millones.


Tal vez en un desvío de su sentido original es que el sistema comenzó a resquebrajarse, a hacer agua y sumergirse en el olvido de lo que fue su corazón. Parece ser de romántico –o más bien de idiota– preocuparse por el hambre, los pueblos originarios, el ambiente o los marginados.; de burgués –para algunos, tal vez, de fascista– siquiera pensar en los males que padece una urbanizada clase media; de retrógrado susurrar otros caminos cuando la historia marcó uno único e ideal, más allá de las consecuencias que este trajese aparejadas. Somos el error por hache o por be, al pensar que nadie dice nada nuevo, que el sistema se repite, que los medios están oxidados y las instituciones deprimidas y desvalorizadas.

Superada la segunda Guerra Mundial, las democracias y el libre comercio prevalecieron echando raíces en instituciones que el mundo entero debía, desde entonces, celebrar y respetar. Así se forjó el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), las Naciones Unidas (ONU), entre otros tantos organismos supranacionales –ni hablar del BID o la OEA– que comenzarían a regir la agenda mundial. La mano invisible del mercado –y aquí deberíamos introducir un capítulo aparte para Wall Street y los grandes cárteles financieros del mundo moderno–, acomodaría el resto.

Sin embargo, esta utopía de libertad, derechos individuales y gobernación popular se transformó con el paso del tiempo en la debilitación de los Estados nacionales, el fortalecimiento de los mercados transnacionales y las garantías de perpetuidad para el statu quo global.

Y nadie se salva de esta gran obra teatral que nos han montado en nombre de nuestro poder ciudadano. Nadie la combate, porque no tenemos el quijotesco coraje –o no tomamos en consideración el magnífico poder que nos cabe como sociedad civil– para pelear contra molinos de viento sin arma, sufragio ni identidad, con el dólar como bandera y la rentabilidad como corazón.

Creo firmemente que esos agentes montados a modo simbólico para exhibirle al ingenuo, un panorama global de consulta, respeto e igualdad, son puras bazofias. Quien no pertenezca –o tenga un mínimo peso– al club del libre comercio, abra las puertas a las megaempresas extractivas generalmente vinculadas con la producción energética y los recursos naturales que abundan en el Tercer Mundo pero se acumulan en el Primero, no existe en esos consejos, o, al menos, no cortan ni pinchan. Estos organismos no regulan a nadie más que a los que nos dejamos disciplinar. ¿O acaso Estados Unidos no invadió Irak con total impunidad –y el apoyo de varias naciones de la Unión Europea (UE)? Y por el otro lado, ¿no está haciendo estragos el FMI con sus “recomendaciones” de ajuste en los países europeos con mayores déficit financieros como España, Portugal o Grecia? ¿No están, en realidad, articulando una política global estatal y supranacional en la que el único beneficiado es el modelo económico actual y sus intocables benefactores?

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