jueves, 2 de diciembre de 2010

DXCI: Korda, el asesino del hombre


La foto la saqué de acá.


La historia es muy injusta con los hombres. Más allá de su escribiente, inmutablemente vencedor, o su verdugo de ojos fijos e indelebles, el futuro jamás los recordará. Sí a los símbolos que ese hombre, activa o pasivamente, haya sabido encarnizar en la opinión pública. Una masa que distorsiona, que compra sin preguntar, y secularmente da una especie de ‘retweet’ cultural a los dogmas que le sean impuestos.

Culpables sobran en la cadena de ajusticiamiento, desde el usuario de esa triste remera que enarbola un esténcil desgastado por el tiempo, hasta el minucioso documentalista que recopila toda una vida de proeza y sinsabor, en la urdimbre del héroe que la plebe clama a gritos. Pero el puñal, ese que se clava inmediatamente en su humano corazón, suena a obturador fotográfico, al ‘digan whisky’ en el momento justo, a la mirada perfecta. Así, con la imagen perfecta, se aniquila todo vestigio de realismo romántico para una llana simplificación del personaje mítico que seguramente cumpla un rol social de mayor trascendencia, pero olvide lo que realmente fue.

El mate mañanero, las cartas de amor, las lágrimas vertidas. Las inconsistencias e indecisiones, los pasos en falso y los temblores. El sexo por amor y cada gota de transpiración que la historia no reproduzca y se eternice en sus amantes. Todo eso se omite, porque no existe trascendencia alguna, más allá de la idea. El éter del hombre, un aura de pontificación que las letras demandan para su reproducción en serie.

Así son tantos los que, permeables, se dejan inspirar por símbolos vacuos, abducidos de sentires verdaderos, sin siquiera contemplar la posibilidad de esta parcialidad. Se forjan rebeldes o amantes de la curda que al final termine la función corriéndole el telón al corazón, y sus vidas, chorreantes, perecen en el tender de incomprensión y la soledad.

1 comentario:

Mauro Fernández dijo...

¿Ya lo leiste previamente? Habrá sido en un vano intento de traición a este espacio que, como toda traición, murió desdichada, deleznable.

Egosincracia acopiará cada palabra mía, porque Egosincracia soy yo. Cada palabra, con o sin tinte de mi ilusoria meta inicial de ejercicio poético y constante. Será una jauría impávida de letras intentadas, lanzadas sin red al abismo de la otredad. A la empatía o al rechazo, al desprecio o a la inmortalidad.

Salud, colegas. Tengan ustedes un muy buen viaje.