sábado, 1 de enero de 2011

DXCVI: El jardín de los presentes

Como los días de la naciente vuelta al sol, el hombre erige sentires y pesares sobre el cimiento del acostumbramiento. Es animal de rutina y costumbres. Sólo entraña aquello que supo hacer propio con antelación; que hizo suyo con la ilusoriedad ansiada y tan humana de los lazos de pertenencia. Falta aquello que una vez, hondamente, se poseyó. Se llora anticipadamente aquello que aún no se tiene, pero faltará. La lógica del abandono impío y la pertenencia sublimada. Todo escribiéndose con la letra capital de la costumbre, del paso del tiempo y de hacer escuela de sus -de nuestros- presentes. Los jardines del eterno se deambulan hoy de a pares, sus manzanas se degluten con la calma de quien nada espera; y un folk de Plant y Krauss, aletargan los mañanas que se cuelan en el hoy con imprudencia, en un hoy tan nuevo como el vuelo de la fogosa mariposa que andaba empezando el mundo, en un suave día de verano; en el primer y el último día de su exhortación de vidas mutantes. El miedo sobre la repisa. Mañana, una incertidumbre. La costumbre, aquel viejo mal hábito. Este hoy, nuestro hoy, proyectado en el horizonte de la vida como un posible para siempre, y otro nuevo aleteo danzarín, sonriente, compartido.

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