¿De qué te exime ser fan de El Principito? De estudiar la obra de Foucault. ¿De qué te emancipa creer en los colores del arco iris, casi como una ruta de vida? De no enfrentar la realidad, de no asumir lo lúgubremente fáctico de nuestra existencia. ¿De qué, enamorarse hasta el hartazgo creyéndolo eterno? De no confiar en esos vientos que todo lo arrasan con su furia, en los ciclones que desgarran las raíces del más tenaz árbol. ¿De qué libera tanto vivir huyendo de la muerte, si es lo único cierto en nuestras vivencias, en la del otro, en la de todo aquello que por aún-no-muerto, vive? De entenderla irreversible, fatal e inoportuna, siempre.
¿Y viceversa? ¿Y todo igual, pero patas para arriba, como el mundo, como la América de Galeano? De otras tantas banalidades.
La dialéctica, mientras tanto, en ese rol de poder tan intrínseco a nuestra idiosincrasia que le hemos otorgado los hombres, nos ata a un extremo o al otro, al menos por instantes. Nos obliga a desenredar las urdimbres que han hilvanado lastimosamente, y a erigirnos sobre nuevos dogmas dialécticos. El hacer tiene lecho en el decir, se suicida cada lunes en la ruta insoslayable de volver, y en cada verdad que formulamos como una tautología que tiene sus cimientos en la hipocresía de la misma palabra que, por simbólica, engaña por su mera razón de existencia.
Si amásemos más y dijésemos menos, si anduviéramos por la vida con príncipes de capas azules y verdugos de capa caída, con amores ciertos y eternos, y sin tantos finales tajantes, si entendiésemos la contradicción como más mentira dentro de la mentira misma -y que menos por menos, siempre da más-; distinta sería la historia. Lejos de las etiquetas, lejos del querer parecer y un tanto más próximos al ser o no ser. Perderíamos el miedo a no pertenecer a una estirpe tan vacua como esnob e insatisfecha, por aferrarse cada vez más a una senda que no es la propia. Nos animaríamos a empapelar el mundo con nuestros deseos y nuestros nombres. "War is over", si así lo queremos.
Que muera la muerte y se desnutra la irracionalidad del hambre. Que nunca aprenda la incultura y la analfabetización. Que la calle sea tránsito y no morada. Que el amor gobierne el sentido del hombre, y no la codicia y la política del provecho personal. Que los vicios sistémicos se estrellen estrepitosamente contra un muro de voluntades inquebrantables, y que nuestras vidas se eleven más allá de lo que simulan representar en el universo simbólico que encarcela, tortura, mata y deja morir.
3 comentarios:
Me encantó!
Noc, noc... ¿Quién es?
el mismo de siempre... da para reproducirlo por todos los medios!
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