La Nación publicó hoy una columna de Rolando Hanglin, “¡País generoso!”, acerca de vaya a saber uno qué cosa. Comienza relatando la experiencia de una vieja amiga que se desvirga del desconocimiento del suelo argento y admira la vasta diversidad natural y cultural de nuestro país en función de su medio ambiente. Colibríes, quinchos y suelos estrellados se funden maravillosamente en el relato con la fecundidad de nuestra tierra y su belleza.
Sin embargo, Hanglin resalta la ajenidad de su colega para con la idiosincracia vernácula y cuela en el debate una visión discrecional de una consecuencia disfrazada de causa, ambicionando la adhesión del lector –considerar que no escribió para la revista de Vida Silvestre, escribió para La Nación–.
Contrasta así la deslumbración por nuestra flora y fauna con el "bicho feo" de la inseguridad -como él mismo se encarga de calificar-. Se deshilvanan de sus palabras conceptos símiles a la teoría ecololó de Caparrós –en pleno ejercicio del contraste social-ambiental–, pero también una férrea confianza en la realidad que construye el monopolio mediático al que suscribe –y en el que escribe–, así como un deleznable tinte xenófobo al mejor estilo macrista, cuando al referirse a ladrones, asaltantes y asesinos se queja: “No contentos con los que ya teníamos aquí, estamos importando fuertes cantidades de los países vecinos.”
Hernán Nadal siempre dice que uno puede decir idioteces siempre que al menos mantenga la coherencia; beneficio que otorgo a Hanglin como lector y crítico de su columna. Enunciar la criminalidad como si fuese surgida del ámbito natural, como un acontecer sin raíz más que el de su mera existencia, tiene una correlación ideológica con la consiguiente xenofobia manifiesta y el profundo desconocimiento de una América Latina que padece del desdén estatal en menesteres básicos y vitales.
Los índices de hambre y pobreza, tanto en Argentina como en los países vecinos a los que Hanglin hace referencia, superan con creces cualquier índice de inseguridad que quiera intentar, al mejor estilo De Narváez. ¡Quizás Hanglin tenga un plan! Realmente no lo creo.
No quiero justificar ejemplos como los que se mencionan en la columna, condeno enfáticamente la violencia imperante en nuestras calles y exijo un castigo a sus ejecutores –aunque también una readaptación acorde, no la que ofrece nuestro tristemente célebre SPF–; pero tampoco es cuestión de inventar una fauna social de origen divino, desentendiéndose de la responsabilidad que como constructores de un Estado que olvida, margina y elige –y eso es lo más triste, elige–, tenemos de su origen.
Hanglin tuvo la habilidad de amalgamar a Caparrós con el Macri más bruto y hacer gala de un populismo dialéctico digno de admiración, pero absolutamente falto de consistencia. Copio el enlace acá abajo y los dejo en sus manos, aunque con la esperanza de que sigan vislumbrando la belleza del colibrí, haciendo asados en el quincho de su casa y agradeciendo por todo eso que los negros de mierda que nos matan y nos tienen de rehen, no pueden tener.
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