jueves, 18 de noviembre de 2010
DLXXXVII: Felicidad
Ablandar cada nervio, suspirar en exceso. Retazar las historias de un futuro incipiente, la algarabía de soñarse comulgados de pasión. Abrazar ese cuerpo hasta sentirle el alma que siempre escapa, vuela alto y te embaraza de ilusión. Besarse con ternura bajo el umbral de la felicidad. Acariciar esas yemas con las mismas yemas de tus dedos, emparentarse. Agradecerse hasta un suspiro inherente al amor, imantado al deseo de sentirse indivisiblemente acorazados. Alunizar travesías demenciales, exponenciadas en cada verso recitado y en la tristeza de nuestros ojos que se hace una y se siente vencida; se aleja, nos abandona. Amando el momento amado. Aletargando un adiós que jamás llegará, porque soñar no cuesta nada y porque el final es, por tal, principio. Sintiendo emoción y pertenencia de una entidad imaginada. De la bendición de los santos conspicuos que detentan por sobre nuestras voluntades el destino inmediato del momento presente. Caminando hacia nuestro Norte. Besando tu alma eterna hasta el inasible sosiego del placer compartido.
Publicado por
Mauro Fernández
a las
13:51
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