lunes, 3 de diciembre de 2012

La estrella a la que le pasó un avión por encima


Compañera a las 15 horas. Cemento de suelo. Cimientos del cielo. Calor. Pileta entrometida. Intemperie clara de negro azulado. Avión. Satélites aptos para plena urbe. Terraza, claro. Estrella pequeña y. Titilante. Nubes cero. Avión. Avanza. A ver. Ahí va. La vida que pasa, mientras los cuerpos se cuentan cómo la vida pasa. Luna chiquita. No encandila. Luna que alumbra y no molesta. Foco en el cielo. Cierro diafragma. Estrecho el enfoque. Estrella. Sigo cerrando, sigo contando. No tres, dos, uno; sino lo que pasa mientras otros cuentan tres, dos, uno. Un mismo plano. Avión y estrella. Avión y estrella en un mismo plano. Dejo de contar. Dejo el cuento. Redoble y suspenso. Silencio…

Nervios se tocan. Avanza el avión sobre la indefensa estrellita. Avanza para embestirla. Con alevosía y, tal vez, hasta celo. Celo de ser momentáneo, envidia de lo perenne. Y lo luminoso. Brilla y titila la estrella que es víctima. Tránsito aéreo avizora tragedia. Cuentos que cuentan de estrellas eternas. Extintas por siglos y aún titilantes. Ojos de hombre que ven fantasía. Avión malnacido que extingue esperanza. Segundos. Números y cuenta, ahora sí regresiva. Ahora sí tres, dos, uno. Laringes estrechas como el blanco silencio que corta el aire. Emoción y suspenso. Tres, dos, uno. Ahora sí, tres, dos, uno. Y cuando al fin está allí; cuando al fin fuselaje estrella la estrella... Todo se funde. Avión. No-estrella. Desgarro y duelo galáctico. Velorio estelar. Es telar. Telar de la abuela quien, desde su terraza, mira a la estrella despidiéndose de su audiencia. Ve el acto final. La abuela. Ve la vuelta, el saludo, la reverencia y el hasta nunca. O el hasta siempre. Lo ve la abuela. Lo veo, yo. Lo ve, compañera.

Allí en el cielo sólo queda el avión. Avión y sus lucecitas. Pequeñas e intermitentes. Tanto como una estrella. Pobre ese avión que en semejante aventura, habría de perder una dellas. Rebelde o lastimada. Escindiéndose de sus alas. Avanza con paso vencedor. Empieza a escribir otra historia. Lento pero conforme. Avanza. Su pequeña lucecita queda en el camino. Allí donde estaba la estrella. Brillando en su posición. En suposición. En superstición. Brillando.

Deja el avión el foco de mi retina. Dejó también el de compañera a las 15. Tal vez, también el de la abuela. Desapareció. Falleció no tan heroico como la estrella. Se hundió en el lodo intangible y nunca querido de lo olvidado. En el terreno de lo que ha pasado. Pero esa lucecita. Ay, pero esa lucecita. Rebelde y desprendida. Arrebatada de su ala idiota. Volcándose al universo. Meciéndose en la galaxia. Allí permanece esa luz. La que quedó donde estaba la estrella. Asesinada por el celo de una aeronave, celosa y pasada. Pesada y pisada. La estrella, nuestra estrella; vivirá por siempre en memoria del cielo y de todo aquel que lo mire. Vivirá por siempre, por la luz y la gloria que eternizó la rebeldía de esa luz valiente, que abandonó el confort de un ala metálica, para lanzarse al misterio del oscuro Universo. Vivirá.

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