domingo, 15 de abril de 2012

Experiencia 360° | The Wall

Hoy vi una versión de The Wall en formato fulldome proyectada en el Planetario, en el marco del BAFICI. Un amigo me avisó de la novedad, y a los segundos le confirmé mi participación, sin dudarlo un segundo. ¿Por qué? Porque es barato ($15), claro; porque es The Wall, también; pero sobre todo, porque ya el propio formato en el que se vive esa experiencia, me pareció haber captado toda la esencia de la obra de Waters (con pizcas de Gilmour), sin siquiera haber visto un avance.

La obra de Aaron McEuen hace propias las intenciones de eternidad que se dibujan en las letras y el guión de The Wall, rompe los esquemas establecidos y le da una vuelta de tuerca a la forma de ver un musical como The Wall. McEuen rompe las puertas de la percepción, apoyado en la inigualable banda sonora creada por la máquina de abstracción que fue Pink Floyd durante los 60s y 70s.

Esta apertura sensorial, la búsqueda de nuevos espacios y formas para exhibir obras de arte que pueden repetirse hasta el hartazgo resignificándose una y otra vez sin pisarse los pasos, logró que experimentase sensaciones internas inenarrables, no halladas hasta entonces, o al menos no manifiestas. ¿Cuáles? Realmente no lo sé, no dije inenarrables porque quedaba lindo, era cierto. Sólo sé que fue fuerte.

El delirio estuvo captado al 100% por el director, cada gota estuvo interpretada desde una nueva óptica y con excelencia. Lo que faltó fue violencia. The Wall es violento, por definición. Una pared que divide, margina, aísla tapa y corroe, es violenta por su mera existencia y la genera desde el momento en que es. McEuen no plasmó toda esa furia contenida de la obra, que se cantó en el 79, se dibujó en la película de Alan Parker unos años más tarde, se eternizó en los 90 sobre el suelo de una Berlín reunida, y me partió el alma en River hace un mes.

No sé si fue acción u omisión, pero toda esa violencia me la dejó servida para sentir en extremo y entregarme como nunca a una adaptación muy buena, de una obra suprema. Si hubiese existido esa cuota que creo le faltó exteriorizar en la adaptación, tendría que decir que el film es magnífico; pero no. Incluso sabiendo que así, tal como está, me dejó experimentar sus vacíos con cuotas de personalidad transmitida al domo del Planetario, como si estuviese viendo The Wall dentro de Atucha II, yo fuese el núcleo y estuviese a punto de fundirme y hacer volar todo a la mierda.

Esta experiencia de domingo, muy distinta a otras, me dejó una nueva confirmación -y van...- de que The Wall será inmortal, siempre que busquemos trascender los marcos que nos endulzan para convertirnos, a través de nuestros pequeños actos de todos los días, en nuevos ladrillos en una pared que merece violencia, que pide a gritos que la derriben.

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