sábado, 29 de enero de 2011

DIC: Sonrisa de hoy

Soy y siempre fui, un ente ajeno a lo que mis formas reflejaron al mundo exterior. Lo que otrora fue sonrisa, en verdad significó llanto desgarradador. Muy pocas, a la inversa; por no decir ninguna. El rostro lleno de pelos, la barba insignificante, el pelado que cantó canciones de amor y de amistad, los abrazos recibidos en son de compañía, más que de ninguna otra cosa. Tanto vicio relegado por el infinito y eterno anhelo de libertad. Alguna compañía distanciada. Las que valen, no. De una u otra forma, siempre están. Hasta los muertos. Un patrón que se hace grito interior y muchas veces no llega a reverberar en los muros del mundo. Esas caras, las que inundan las calles de lágrimas, sonrisas y alguna que otra injuria al prójimo; esas caras, valen tanto menos que nada. La sonrisa que existe y es real, es la que comulga con el corazón en entenderla par y compañera. En quererla para siempre a tu lado, y dar cada paso, por más arriesgado que sea, con la cautela necesaria para no soltarte de su mano. Existe un motivo real para mi sonrisa de hoy. Existe algo más grande que el vacío constante en el que nos sumergimos al deambular por la Ciudad sin verla pasar a tu lado.

martes, 18 de enero de 2011

DXCVIII: El dogma de la nada

¿De qué te exime ser fan de El Principito? De estudiar la obra de Foucault. ¿De qué te emancipa creer en los colores del arco iris, casi como una ruta de vida? De no enfrentar la realidad, de no asumir lo lúgubremente fáctico de nuestra existencia. ¿De qué, enamorarse hasta el hartazgo creyéndolo eterno? De no confiar en esos vientos que todo lo arrasan con su furia, en los ciclones que desgarran las raíces del más tenaz árbol. ¿De qué libera tanto vivir huyendo de la muerte, si es lo único cierto en nuestras vivencias, en la del otro, en la de todo aquello que por aún-no-muerto, vive? De entenderla irreversible, fatal e inoportuna, siempre.

¿Y viceversa? ¿Y todo igual, pero patas para arriba, como el mundo, como la América de Galeano? De otras tantas banalidades.

La dialéctica, mientras tanto, en ese rol de poder tan intrínseco a nuestra idiosincrasia que le hemos otorgado los hombres, nos ata a un extremo o al otro, al menos por instantes. Nos obliga a desenredar las urdimbres que han hilvanado lastimosamente, y a erigirnos sobre nuevos dogmas dialécticos. El hacer tiene lecho en el decir, se suicida cada lunes en la ruta insoslayable de volver, y en cada verdad que formulamos como una tautología que tiene sus cimientos en la hipocresía de la misma palabra que, por simbólica, engaña por su mera razón de existencia.

Si amásemos más y dijésemos menos, si anduviéramos por la vida con príncipes de capas azules y verdugos de capa caída, con amores ciertos y eternos, y sin tantos finales tajantes, si entendiésemos la contradicción como más mentira dentro de la mentira misma -y que menos por menos, siempre da más-; distinta sería la historia. Lejos de las etiquetas, lejos del querer parecer y un tanto más próximos al ser o no ser. Perderíamos el miedo a no pertenecer a una estirpe tan vacua como esnob e insatisfecha, por aferrarse cada vez más a una senda que no es la propia. Nos animaríamos a empapelar el mundo con nuestros deseos y nuestros nombres. "War is over", si así lo queremos.

Que muera la muerte y se desnutra la irracionalidad del hambre. Que nunca aprenda la incultura y la analfabetización. Que la calle sea tránsito y no morada. Que el amor gobierne el sentido del hombre, y no la codicia y la política del provecho personal. Que los vicios sistémicos se estrellen estrepitosamente contra un muro de voluntades inquebrantables, y que nuestras vidas se eleven más allá de lo que simulan representar en el universo simbólico que encarcela, tortura, mata y deja morir.

sábado, 1 de enero de 2011

DXCVII: Cada cual...

Cada quien.
Cada cual sabe lo que fue y lo que lo instituyó.
Cada foto, cada vestigio.
Cada herrumbre de la memoria,
cada pozo sin llenar.

Cada almidonada soledad,
cada divorcio desgarrado.
Cada casa tomada,
cada toma cazada.

Cada cual es cada quien,
¿cada cuánto se verá?
¿Cada cuánto, los demás?

Cada decisión abre la puerta
y otras miles sucumben
a jamás ser descubiertas.

Cada adiós vislumbra otro horizonte,
nuevos recuerdos que hasta tanto
sólo supieron de aquís y de ahoras;
del chasquido de los dedos,
de la piel de gallina ante su caricia.

Cada mal humor, cada falta de aliento,
cada enojo y cada ensañamiento,
tendrá raíz en cada cual;
tendrá razón en cada quien.

DXCVI: El jardín de los presentes

Como los días de la naciente vuelta al sol, el hombre erige sentires y pesares sobre el cimiento del acostumbramiento. Es animal de rutina y costumbres. Sólo entraña aquello que supo hacer propio con antelación; que hizo suyo con la ilusoriedad ansiada y tan humana de los lazos de pertenencia. Falta aquello que una vez, hondamente, se poseyó. Se llora anticipadamente aquello que aún no se tiene, pero faltará. La lógica del abandono impío y la pertenencia sublimada. Todo escribiéndose con la letra capital de la costumbre, del paso del tiempo y de hacer escuela de sus -de nuestros- presentes. Los jardines del eterno se deambulan hoy de a pares, sus manzanas se degluten con la calma de quien nada espera; y un folk de Plant y Krauss, aletargan los mañanas que se cuelan en el hoy con imprudencia, en un hoy tan nuevo como el vuelo de la fogosa mariposa que andaba empezando el mundo, en un suave día de verano; en el primer y el último día de su exhortación de vidas mutantes. El miedo sobre la repisa. Mañana, una incertidumbre. La costumbre, aquel viejo mal hábito. Este hoy, nuestro hoy, proyectado en el horizonte de la vida como un posible para siempre, y otro nuevo aleteo danzarín, sonriente, compartido.